Ortega y Gasset aseguraba que todo amor atraviesa etapas de diferente temperatura (1). En ocasiones ponemos fuego y en otras, tedio. Hay momentos de gran intensidad en una relación, y otras de tranquilidad o de apatía. Forma parte del devenir natural del amor, pero no siempre aceptamos estas diferencias de temperatura. Tras probar la vida incrementada que dibuja el enamoramiento, nos desilusiona pasar a la vida mínima, a la quietud del sentimiento.
Identificamos el amor con la intensidad, y la ponemos en juego para alimentar las relaciones, para acompañar o demostrar aquello que sentimos. Hay tensiones naturales en el amor, dibujadas por su cosmología propia, por el tipo de mundo que fundan quienes se relacionan: la tensión entre el dar y el recibir, entre la presencia y la ausencia, entre el anhelo infinito (el deseo que nadie puede saciar) y la pertenencia, o la de sincronizar proyectos y biografías propias, tensiones universales que conocemos quienes amamos. Son energías naturales del amor que, si se integran de forma sana, funcionan como energías verdes. En “Amores elípticos” dibujo un mundo de tensiones que marcan el devenir de una historia, y que pueden alimentar una relación…o desnutrirla, cuando no se reconocen ni se viven de forma adecuada. Esas tensiones universales son energías naturales, que podemos emplear para renovar las relaciones si hacemos el trabajo necesario para que esto suceda.
El problema es que no siempre energizamos una relación de la forma adecuada. Ponemos tensiones artificiales en ella, y condicionamos lo que sucede casi sin darnos cuenta. El miedo, las corazas, el afán de controlar para que no vuelvan a dañarnos, la inseguridad, los celos, la soberbia, el ego, nos llevan a tensionar las relaciones. Si hemos desarrollado nuestros esquemas afectivos de manera equivocada, por aprendizajes antiguos que no nos hemos cuestionado nunca o de los que nos cuesta desprendernos, podemos vivir como “amor” lo que no es más que sufrimiento.
Los esquemas de sufrimiento son un gran combustible fósil, que produce una enorme energía al quemarse, pero cuyas emisiones dañan el hábitat del amor. Son energías contaminantes, de gran intensidad, pero que causan un gran perjuicio. Un amor vivido con serenidad o con alegría no quema las naves, acude a fuentes naturales que se reponen de forma más rápida de la que llegan a consumirse. Hay energías verdes también en el amor. Las que nos permiten pasar de la intensidad a la consistencia.
Pongamos un ejemplo. Tomemos la tensión entre el dar y el recibir, una de las tensiones que recojo en el libro. Si llevo un registro contable de lo que doy, me encontraré con un balance positivo cuando me devuelven exactamente lo mismo que he puesto sobre el tapete. Y el balance será negativo cuando no hay entradas del mismo tipo. El problema es que no siempre registramos como entradas del balance lo que deberían serlo. Es lo que el poeta Robert Hayden llama “los oficios callados y austeros del amor” (2). Pequeños gestos de amor que no reconocemos como tales. Las relaciones están repletas de actos no reconocidos, desperdiciados por no ser atendidos. Aprender a reconocerlos puede alimentar el amor y evitar la tiranía del registro contable. Son energía verde. El amor, lo vio bien Cristina Peri Rossi, pertenece a la economía del gasto (3)
Cultivar una cultura del corazón es practicar el asombro, el misterio, la sorpresa, la atención cuidadosa. Construimos corazón a diario respondiendo bien a los momentos pequeños, atendiendo a los dibujos de cada hora. Accediendo a las sensibilidades de la persona que amamos (su mundo particular) y nutriendo las propias. Cobrando conciencia de la vulnerabilidad del amor, lo que nos lleva a cuidarlo. Son algunos de los trabajos que expone “Amores elípticos” para poder acceder al corazón de “Eros”, al núcleo radical de las relaciones.
No tensionemos el amor para vivirlo intensamente. Aprovechemos la energía de sus tensiones habituales para energizarlo. Abramos la visión a lo que se vive como tensión por la colisión de valores o perspectivas, por el peso de las circunstancias… Reconozcámoslo y construyamos a partir de ello. Construyamos desde la realidad de lo que somos y lo que estamos viviendo. El amor, entendido como arte, requiere de una buena teoría y una práctica sólida. Una teoría ecológica del amor lo construye desde energías sostenibles. Las que sostienen el amor porque reconocen su fragilidad y por tanto se esfuerzan por cuidarlo. Si comprendemos que el amor requiere, como los ríos, de corriente y cauce, entenderemos que hay que trabajar para que el amor ni se estanque ni nos desborde, para vivir nuestras relaciones de manera más sana y plena.
María Teresa Rodríguez de Castro
Foto de una composión de Marta Rodríguez de Castro @martardecastro
BIBLIOGRAFÍA
-(1) Ortega y Gasset, “Estudios sobre el amor”. EDAF, Madrid, 1995, pg 62
-(2) Hayden, Robert. “Those Winter Sundays”. En “Collected poems”. Liveright, Nueva York, 2013
-(3) Peri Rossi, Cristina. Fragmento citado en “Amores elípticos”, Libros la Catarata, 2023, pg 99.