La tensión que nunca acaba

PUNTO DE PARTIDA

LA TENSIÓN QUE NUNCA ACABA

Todo lo vivo contiene una brecha en su interior. Existe una tensión continua entre el deseo infinito y la pertenencia. Nuestra hambre de pertenecer es el anhelo de encontrar un puente que cruce el abismo entre el aislamiento y la intimidad, la distancia y la cercanía. Cuando pertenecemos, tenemos un anclaje externo que nos previene de caer y atraparnos en nuestro interior. Sin el cobijo de la pertenencia, a nuestros anhelos les falta dirección y foco; estirarían continuamente el corazón hacia direcciones opuestas. La pertenencia cobija el anhelo. Sin la pertenencia, nuestro anhelo sería demente. El deseo infinito es de color azul, repleto de distancias sin fin, que debemos experimentar, para transformarnos. La agitación continua en el corazón humano no la aquietará nunca otra persona, porque el anhelo es eterno. Pero tenemos que volver a casa de cuando en cuando. Vivimos esta tensión, esa paradoja, encontrando un equilibrio entre el deseo infinito y la pertenencia.
(Reflexiones de John O’Donohue, “Eternal Echoes”. Y algún eco de Rebecca Solnit, “A field guide to getting lost”)