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Luz entrevista

Luz entrevista

La poeta y crítica literaria Kathleen Raine reivindica en la colección de ensayos “Utilidad de la belleza” una poesía que ponga a vibrar planos de la realidad y de la conciencia distintos al mundo sensible. La sensación que tengo siempre que leo a Eloy Sánchez Rosillo es que su poesía hace precisamente esto: emplea un lenguaje secreto, olvidado hace mucho tiempo, que abre las puertas a otros mundos, y reivindica su valor.

Me gustaría dialogar con uno de sus poemas, “Luz entrevista”, porque creo que contiene claves fundamentales para entender la experiencia de un amor significativo, que transforma tu vida:

Mis días sólo han sido servidumbre
al tiempo fragmentado que aprendí:
un manantial que brota vivo y claro,
un río indetenible,
y unas aguas perdiéndose sin pausa
en la fatalidad de la mar última.

Quise tenerlo todo, retenerlo,
y nada, nada tuve.
Un momento brillaban en mi mano
las cosas que del alba procedían
e iban luego cayendo en noche ciega.
La propia vida puso en mí la fábula
y yo la alimenté con mis lamentos.

Pero ocurrió una vez que de repente,
sin preguntarme, supe por amor,
y todo desde entonces me acompaña
y es simultáneo todo. No hay transcurso.

Antes de aquel suceso
hubo un despojamiento involuntario,
una larga indigencia, una caída,
algún hondo dolor.

Mas vine a dar después sin saber cómo
en la fulguración de esta pureza.
Una puerta cerrada se abrió un poco
y la luz que entreveo no declina

El poema recoge un juego fascinante con la idea de que existen diferentes planos temporales. Enfrenta dos tiempos diferentes: el tiempo fragmentado, y el tiempo en el que todo se vive como simultáneo. Entre medias, un suceso, que sirve de puente entre ambos. El amor, que acontece y lo transforma todo.

Antes del suceso, el tiempo lo vive el poeta como servidumbre a Cronos, dios griego del tiempo calendarizado, el tiempo agendado que transcurre implacable, que convierte nuestra vida en lo que canta Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de su padre”: “ríos que van a dar en la mar que es el morir”. En este tiempo aprendido en los libros y en las creencias heredadas de nuestro entorno, las metáforas del oro, del gasto, del ahorro, de la esclavitud conforman nuestra manera de relacionarnos con el tiempo, magnitud física que ordena lo que va sucediendo y nos encadena a su transcurrir inexorable. La vida resulta despiadada en el mundo de Cronos, que devora a sus hijos. Es un tiempo cruel que no perdona a nadie, y que impide que el amor germine. Es el territorio del lamento, que alimenta la fábula. Todo cae en su reino.

Las metáforas que emplea Sánchez Rosillo de la caída y de la fábula son espléndidas, nos ayudan a darnos cuenta de la gran trampa de Cronos. Los momentos brillan en nuestras manos, pero al tratar de tenerlos y de retenerlos, al agarrarnos a ellos con desesperación, los ahogamos, provocamos su caída. En el alba brillan, y luego caen en la noche ciega. Bajo el mandato de Cronos vivimos una fábula, alimentada, efectivamente, con nuestros lamentos. Lamentamos lo que se nos escapa, lo que nos esquiva y desangra a diario. Y contribuimos a vivir el gran engaño, como hámsteres que empujan con sus patitas una rueda inevitable. La mentira de que solamente podemos vivir en este plano mezquino de la realidad.

Y de pronto tiene lugar el Suceso del Amor. El poeta no se pregunta como quien filosofa, no cuestiona las cosas para tratar de entenderlas. Quien filosofa lanza un desafío a la realidad para desvelar sus secretos, retirarle el velo que la cubre. El poeta, guiado por Eros, contempla la belleza y genera a partir de ella. No interroga a la realidad, ella se le revela en aquello a lo que decide atender por considerarlo bello. Diotima instruyó a Sócrates en la naturaleza del amor, y Platón da testimonio en “El banquete” de lo que la mujer de Mantinea enseñó a su maestro: atiende a tu alrededor, engendra en los espacios donde escoges contemplar lo bello. De pronto, el poeta “sabe”. Y sabe porque comprende lo que nadie le ha enseñado, porque se abre al amor.

Desde entonces, desde ese suceso, todo le acompaña. La realidad participa, apoya lo que el poeta ve, le regala un tiempo verdadero, el “Aión” de la antigua Grecia, el tiempo eterno, simultáneo, en el que nada transcurre, en el que todo sucede a la vez, si nos atrevemos a mirar atentamente.

Después del suceso, sin saber cómo, es decir, sin conocimiento, se encuentra el poeta frente al fulgor de lo puro. La metáfora de la puerta cerrada ligeramente abierta, que deja entrever una luz que no declina, le coloca (nos coloca) bajo la luz adecuada. La luz de la medida justa, que es hija, como Eros, de la abundancia y de la pobreza. Diotima lo sabía.

(Composición: Marta Rodríguez de Castro @martardecastro )

BIBLIOGRAFÍA:

  • Raine, Kathleen. “Utilidad de la belleza”. Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2015, pg 14
  • Sánchez Rosillo, Eloy. “Luz entrevista”. En “Sueño del Origen”. Tusquets Editores, Barcelona, 2011, pgs 13 y 14