BlogLos jeroglíficos del corazón

La dualidad del amor

“Aún ahora me parece totalmente increíble que pueda vivir el gran amor sin perder sin embargo mi identidad” (1). La filósofa Hannah Arendt experimentó toda su vida amorosa desde una tensión fundamental: la que se da entre la pasión y la libertad. Reconociendo esa tensión, trató de conciliar ambos valores: el poder del amor, la necesidad de vivirlo en libertad. Pasar de lo que ella denominaba “amor sin mundo” (la pasión erótica sin más), al amor fundador de mundo. Un amor en el que quienes lo viven no se fusionen, conserven su integridad personal, pero a la vez sean capaz de generar un mundo nuevo que les mejore. Tuvo que vivir una pasión clandestina e imposible con su maestro Heidegger y un primer matrimonio tranquilo sin amor que duró poco tiempo, para llegar a un segundo matrimonio en el que por fin logra encontrar el equilibrio que deseaba entre amor y libertad. No perdió la libertad al vivir esa relación, la reencontró dentro de ella, trabajando su espacio personal.

«Amores elípticos» dibuja tres espacios a preservar dentro de una relación para aprovechar sus energías benéficas: Yo, Tú, lo Nuestro. Desde la perspectiva del libro, lo que Hannah Arendt hizo es asentar el espacio del «Yo»; vio que la interacción con el Tú no podía, no debía, afectar al espacio personal del Yo. Sin esa distancia debida entre espacios personales, lo Nuestro deja de ser un espacio sano y se convierte en una fusión sin integridad, en una trampa para el desarrollo de quienes viven esa historia. No se puede construir desde lo que se deja de ser por otra persona.

Como el dios romano bifronte Jano, la tensión tiene dos cabezas, una dentro y una fuera de lo que estamos viviendo. La cabeza externa nos muestra una situación problemática en la que nos sumergimos casi sin quererlo, dibujada por lo que estamos viviendo (tensión/desajuste); la cabeza interna nos invita a reflexionar sobre ella, a reconocer su núcleo fundamental, y a desarrollar un trabajo con las claves que nos señala (equilibrio/ progreso). Son las dos caras de una misma moneda: lo que vivo como un problema contiene claves importantes para mejorar esa relación, o para dar un paso adelante en mi desarrollo personal.

Hannah Arendt vivió una tensión que afectaba a su espacio personal, al espacio del Yo. Dentro de él, experimentó un enfrentamiento de valores a lo largo de su vida amorosa. Puedo construir una solución integradora entre dos realidades que parecen enfrentadas (amor, libertad) cuidando las claves que se esconden detrás de lo que Yo valoro: ¿de qué hablo cuando hablo de mantener mi libertad? ¿Cómo puedo hacerlo sin dejar de relacionarme? ¿Se puede tener una relación en libertad? ¿Cómo sería ésta? ¿Qué es para mí amar, qué implica? ¿El amor conlleva necesariamente una pérdida de libertad? ¿Cómo imagino un amor en el que exista libertad para quienes están viviendo esa historia? Con los rasgos más importantes de mi idea de libertad, y los rasgos más importantes de mi idea de amor, puedo buscar un marco en el que amor y libertad marchen al unísono.

El filósofo presocrático Heráclito dibuja un mundo en tensión, y nos invita a cambiar la perspectiva sobre él: “No comprenden que lo distendido concuerda consigo mismo según multitenso coajuste, como el del arco, como el de la lira”. Debemos tratar de conciliar contrarios en vez de renunciar a uno de ellos, sin vencedores ni perdedores. Lo divergente puede llegar a converger consigo mismo. Lo que se vive como problemático puede integrarse de forma sana y aprovechar esa energía para elevarnos: para disparar una flecha hacia su objetivo, como el arco; para alumbrar música, como la lira. El amor se sostiene sobre la dualidad vivida enérgicamente, como energía renovable.

La experiencia del amor se ve atravesada por algunas polaridades, tensiones que dibuja “amores elípticos”, que busca fomentar la reflexión en torno a la experiencia amorosa. Debemos poner en suspenso esas tensiones, cuestionarlas. Y, a partir de esa “puesta entre paréntesis”, desarrollar un plus de reflexión e imaginar una manera de integrarlas. Por eso el libro nos invita también a realizar un trabajo de ensamblaje, y nos proporciona algunas claves para poder hacerlo. Ellas nos permiten pasar del plano del enamoramiento al plano del amor como decisión consciente, como proyecto vital y como oportunidad para nuestro desarrollo personal.

Hannah Arendt nos hace ver que estas tensiones pueden ser el alimento del amor. Señala: “El amor, a diferencia de la voluntad y del deseo, no se extingue al alcanzar su objetivo, sino que permite al espíritu permanecer constante para disfrutar de él” (3). Esas tensiones son las llaves para mantener constante nuestro espíritu, y el corazón de las relaciones que vivimos desde él. Porque un espíritu dinámico energiza lo que vive. El amor no termina cuando se alcanza el objetivo; pero para que esto suceda debemos trabajar su espíritu, emplear lo que lo tensiona como lo haríamos con un arco o una lira.

“El amor -asegura Arendt- es un poder y no un sentimiento. Se apodera del corazón, pero no brota del corazón. El amor es un poder del universo, en cuanto el universo es vivo. Es el poder de la vida” (4). Y esta vida se despliega desde su corazón energético, a partir de su tensión fundamental.

María Teresa Rodríguez de Castro

Composición: @martardecastro

BIBLIOGRAFÍA

-(1) Campillo, Antonio. “El concepto del amor en Hannah Arendt”. Abada Editores, Madrid, 2019, pg 46

-(2) Heráclito (fragmento 51). “Los presocráticos”. Edición de Juan David García Bacca. Fondo de Cultura Económica, México, 1979, pg 243

-(3) Arendt, Hannah. “La vida del espíritu”. Citado en “el concepto del amor de Hannah Arendt”, pg 121.

-(4) Campillo, Antonio. “El concepto del amor de Hannah Arendt». Abada Editores, Madrid, pg 117.